miércoles, 26 de agosto de 2009

PREMIO PURA LUZ

Kira, en su blog TE ESTOY HABLANDO DE... me ha concedido este precioso premio que me ha encantado y alegrado y emocionado (muchos lo sabéis) compartido con mi querida y admirada BLAS:



Y además del gusto de recibir semejante homenaje, ahora se supone que tengo que conceder a mi vez este premio a cinco blogs que me acompañen y alumbren con su luz. Digo, como ella, que es extremadamente difícil decidir a que blog dárselo, pues todos son para mi importantes, cada uno en su esencia.

Pero los cinco elegidos en esta ocasión van a ser:

Groucho, blog GROUCHOMANÍACO, por su original originalidad, su imaginativa imaginación, un tesoro que creíamos ya olvidado de tan desgastado y abusado, y encima lleno de cariño con lo que nos enamora a todos y nos ilumina.

Amanda y su Cadena de Favores, a quien encontré de casualidad y que fue quien me iluminó para divulgar y difundir el amor por los animales para que otros se contagien y colaboren también o al menos piensen un poco en ello.

Maracuyá, la yaguareteciña que no ilumina sino que deslumbra con sus CAPÍTULOS, y tanto que me paso poco por su blog que tantísimo me gusta, ¡no os perdáis la última entrada! Ni ninguna otra, jejeje.

Eponine BAJO LOS EFECTOS DE..., que me ilumina y rejuvenece con sus divagaciones con jamones, con su jovialidad, juventud, ganas de vivir y su forma tan especial de ser que me tiene loquita, sobre todo porque es mi mejor enemiga XD

Ralphalba, RALPHS, ARTS, CATS&PARTS, que ilumina con sus pinturas, con su arte, con su amor a los animales, con su forma de ser, ¡con todo lo que hace por mí! Y por todo el mundo.

Ya están los cinco.

Pero como siempre me salto las reglas, haré una mención honorífica para la Luz por antonomasia: Juan en su blog Luz de Gas, de cuyo blog no creo que tenga ni que dar explicaciones sobre el motivo por el que me ilumina... y aunque ya no escriba las entradas que tanto me iluminaban, todo se le perdona ;-)

No están todos los que son pero son todos los que están. Gracias, Kira, por el premio, y gradias a todos por iluminarme.

sábado, 22 de agosto de 2009

SOON (9º Eslabón en la Cadena de favores)

Sooner or later iba a hacerlo; llevaba años pensándolo.

Hace poco pensé que tenía que ser soon.

y fue el día de la ASUNción.

La elección era dura y difícil, pero terminé sooner than I expected porque la que menos me imaginaba me adoptó a mí as soon as me vió.

Soon afterward estaba todo decidido.

La fierecilla salvaje es tan bella que lo es todo: la luna y el sol juntos; ¡Sun + Moon = Soon!

Es mimosa y cariñosa, pero conoce bien El Arte de la Guerra, de Sun Tzu.

Ésta es Soon, mi Soon, nuestra Soon:

En el Refugio (GATOCÁN):



En casita, con Max y conmigo:



Y los tres somos felices y no comemos perdices.

Esta entrada forma otro eslabón que continúa la cadena de favores:
BLOG DE LA CADENA DE FAVORES

La visita a Gatocán fue una impresión tremenda porque nunca hubiera imaginado que en una protectora me sintiera tan feliz; los animales están cuidadísimos y las instalaciones son fantásticas; recomiendo la visita a todo el que pueda ir porque merece la pena con creces. Las fotos del Refugio son muy buenas, pero no se ve "la realidad"; realmente una emoción y toda una experiencia.
Blog de Gatocán
Cualquier aportación es bienvenida y agradecida; yo sigo intentando colaborar todo lo que puedo porque se lo merecen, es admirable la labor que allí realizan.

miércoles, 12 de agosto de 2009

Tengo un animal curioso, mitad gatito, mitad cordero.



Tengo un animal curioso, mitad gatito, mitad cordero. Es una herencia de mí padre.
En mi poder se ha desarrollado del todo; antes era más cordero que gato. Ahora es mitad y mitad. Del gato tiene la cabeza y garras; del cordero el tamaño y la forma corporal; de ambos tiene los ojos, que son llameantes y dulces, el pelaje suave y ajustado al cuerpo, los movimientos a la par saltarines y furtivos. Echado al sol, en el alfeizar de la ventana, se hace un ovillo y ronronea; en el campo corre como un loco y nadie lo alcanza. Huye de los gatos y quiere atacar a los corderos. En las noches de luna su paseo favorito es la canaleta del tejado. No sabe maullar y abomina de los ratones. Horas y horas pasa en acecho ante el gallinero, pero jamás ha cometido un asesinato.
Lo alimento con leche; es lo que le sienta mejor. A grandes tragos sorbe la leche entre sus dientes de animal de presa. Naturalmente es un gran espectáculo para los niños. La hora de visita es los domingos por la mañana. Me siento con el animal en las rodillas y me rodean todos los niños de la vecindad.
Se plantean entonces las más extraordinarias preguntas, que no puede contestar ningún ser humano:
Por qué hay un solo animal así , por qué soy yo su poseedor y no otro, si antes ha habido un animal semejante y qué sucederá después de su muerte, si no se siente solo, por qué no tiene hijos, cómo se llama, etcétera. No me tomo el trabajo de contestar; me limito a exhibir mi propiedad, sin mayores explicaciones. A veces las criaturas traen gatos; una vez llegaron a traer dos corderos. Contra sus esperanzas no se produjeron escenas de reconocimiento. Los animales se miraron con mansedumbre desde sus ojos animales, y se aceptaron mutuamente como un hecho divino. En mis rodillas el animal ignora el temor y el impulso de perseguir. Acurrucado contra mí , es como se siente mejor. Se apega a la familia que lo ha criado. Esa fidelidad no es extraordinaria; es el recto instinto de un animal, que aunque tiene en la tierra innumerables lazos polí ticos, no tiene uno solo consanguí neo, y para quien es sagrado el apoyo que ha encontrado en nosotros.
A veces tengo que reí rme cuando resuella a mi alrededor, se me enreda entre las piernas y no quiere apartarse de mí . Como si no le bastara ser gato y cordero quiere también ser perro. Una vez -eso le acontece a cualquiera- yo no veí a modo de salir de dificultades económicas, ya estaba por acabar con todo. Con esa idea me hamacaba en el sillón de mi cuarto, con el animal en las rodillas; se me ocurrió bajar los ojos y vi lágrimas que goteaban en sus grandes bigotes. ¿Eran suyas o mí as? ¿Tiene este gato de alma de cordero el orgullo de un hombre? No he heredado mucho de mi padre, pero vale la pena cuidar este legado.
Tiene la inquietud de los dos, la del gato y la de cordero, aunque son muy distintas. Por eso le queda chico el pellejo. A veces salta al sillón, apoya las patas delanteras contra mi hombro y me acerca el hocico al oí do. Es como si me hablara, y de hecho vuelve la cabeza y me mira deferente para observar el efecto de su comunicación. Para complacerlo hago como si lo hubiera entendido y muevo la cabeza. Salta entonces al suelo y brinca alrededor.
Tal vez la cuchilla del carnicero fuera la redención para este animal, pero él es una herencia y debo negársela. Por eso deberá esperar hasta que se le acabe el aliento, aunque a veces me mira con razonables ojos humanos, que me instigan al acto razonable.

sábado, 8 de agosto de 2009

Centro


Tengo la seguridad de que cuando estuve por primera vez en Varsovia mi ignorancia sobre Bujara era absoluta. Quizás hubiera percibido vagamente su nombre en alguna novela. ¿Existe tal vez un “hechicero de Bujara” en Las mil y una noches? Es posible que hubiera visto por descuido el nombre en la vitrina de algún negocio de alfombras. Pero desde el día en que Issa apareció con sus folletos de viaje, Juan Manuel y yo nos entregamos, cada quien por su cuenta, a rastrear todos los datos que teníamos a nuestro alcance sobre las ciudades uzbecas del Asia Central para imprimirle mayor verosimilitud a los relatos.

Apenas unas semanas atrás, poco antes de emprender el viaje a esa región, oí a un teósofo mexicano de paso por Moscú decir que Bujara era uno de los ombligos del Universo, uno de los puntos (creo que hablaba de siete) en que la tierra logra establecer contacto con el cielo. No sé qué haya de cierto en ello, pero cuando a la hora del crepúsculo llegué a la ciudad y percibí la configuración cóncava de la bóveda celeste llegué a sentirme en el centro mismo del planeta. Posiblemente todo ello influyó para que, al trasponer las murallas que rodean la ciudad antigua, la sensación de imantación y magia que desprendía fuera más poderosa: llegaba al zoco, a la kasbah, a los inextricables barrios de la judería con el mismo total asombro que la frecuentación de algunos libros o de ciertas películas me produjo en la infancia.

El corazón de Bujara parece no haber conocido ningún cambio en los ocho siglos últimos. Caminé con Dolores y Kyrim por ese laberinto de callejuelas que con dificultad admiten el tránsito de dos personas a la vez. Estrechísimos senderos que sorpresivamente desembocaban en amplias plazas donde se yerguen las mezquitas de Poi-Kalyan, de Bala-i Jaúz, el Mausoleo de los Samánidas y el de Chashma-Ayb, el espigado y hercúleo minarete de Kalyan, los restos del antiguo bazar. A cierta hora, avanzada la noche, el viajero deambula por callejones desiertos (flanqueados por casas de un piso o excepcionalmente de dos; sin ventanas, en cuyas puertas de madera labrada cada centímetro está trabajado, distintas todas entre sí pues cada una narra de algún modo la historia y señala la estirpe de la familia que la habita, renovadas cada ciento cincuenta o doscientos años con las mismas grecas, leyendas y signos que ostentaban en el siglo XVIII, el en XV, o en el XII) y oye como procedente de otras épocas el eco de sus propios pasos.

Contemplo las postales que compré en Bujara. Lo cierto es que no reconozco del todo esos lugares; pude o no haber estado en ellos. Me deslumbra, sin duda, saber que conocí las maravillas que cual hábil tallador barajo ante mis ojos; apenas logro reproducir la ciudad; recuerdo sobre todo el ruido de mis pasos, las conversaciones con Dolores y Kyrim, el aire de embriaguez, de deleite que me invadió cada vez que una de esas callejuelas se abría para dar paso a las suaves formas de un mausoleo; recuerdo la música del Islam que se filtraba por algunas ventanas, también ella posiblemente muy poco transformada desde que los antepasados de los actuales moradores erigieron ese centro religioso de pronto convertido en un emporio comercial donde confluían caravanas de los distintos confines del Turquestán, y de más lejos aún: de la China, de Bizancio, de la Russ incipiente; se entendían por señas, emitían palabras que sólo unos cuantos comprendían, desplegaban entre las arcadas del bazar y en los lugares adyacentes sus mercaderías, mostraban dinero, cordeles anudados, canjeaban en una serie de tianguis complicadísimos, canutos de polvo de oro y trozos de plata; las monedas de Toledo se confundían con las acuñadas en Creta, en Constantinopla, con las del Oriente entero. Después de caminar una noche por Bujara, los fastos de Samarcanda, conocidos al día siguiente, ¡tanto oro, tanto esplendor, tal extensión de muros, tal altura de cúpulas!, me parecieron en comparación cosa de nuevos ricos, un raro sueño de grandeza que preludiaba a cierto Hollywood. ¡Como si Tamerlán hubiera intuído la posterior existencia de Griffith o de De Mille y se divirtiera en mostrarles el camino!

¡Pero no todo fue silencio y quietud en la noche de Bujara!

Se iniciaba el mes de noviembre. Finalizaba en el Uzbekistán la cosecha de algodón y en sus ricas ciudades se celebraban las bodas. Hubo un momento en que Bujara se hundió en el estruendo y la locura. Y fue entonces, al contemplar una de las procesiones nupciales, cuando debí sentir el aleteo, su primer roce, sin lograr siquiera precisarlo, de una historia ocurrida veinte años atrás cuando Juan Manuel y yo conversábamos en Varsovia con una pintora italiana, una mujer más bien detestable, y le sugeríamos viajar a Samarcanda. Ahora advierto que debió ser Bujara la ciudad que teníamos que recomendarle; todo lo que entonces inventábamos para animarla se me antoja posible en Bujara. Cuando le hablábamos de Samarcanda lo que de alguna manera se bosquejaba en nuestra imaginación era la otra ciudad.

Mientras recorríamos callejones en nuestro intento de llegar al centro de la ciudad, el verdadero ombligo del Universo al que seguramense se refería el teósofo, Kyrim contaba con fruición historias atroces oídas en casa de amigos de sus padres; con toda seguridad esos relatos se vienen transmitiendo de generación en generación y así pasarán a los siglos por venir; tratan de crímenes espeluznantes, de cadáveres descuartizados de modo complicadísimo. La fruición del narrador revela esa crueldad que posee en los más insólitos momentos a las tribus del desierto; pero, como Las mil y una noches, tales relatos carecen de sangre real, son una especie de metáforas de la fatalidad, de las cuitas y fortunas que integran el destino humano (¡porque Alah será siempre el más sabio!) y en vez de empavorecernos nos crean una especie de soltura, de reposo.

No es difícil que cuando Issa, la pintora italiana, hizo el viaje al Asia Central haya conocido Bujara. Es posible que haya contraído allí la enfermedad que le arrebató la razón y de cuyos detalles nunca logramos enterarnos del todo.

Capítulo II de "Nocturno en Bujara", dentro de "Vals de Mefisto", de Sergio Pitol.

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